miércoles, 12 de mayo de 2021

la puerta al mundo interior

 hola 

Noto que maduro mentalmente y que mi manera de ver la vida, mi vida, el mundo, cambia continuamente. 

Sin embargo, no soy capaz de exteriorizarme de esta manera. Tengo la impresión de que sueno infantil y sigo pareciendo una niña cuando me relaciono y hablo con la gente. O, simplemente, que doy una idea de mí que realmente no se corresponde con lo que realmente soy. 

Supongo que todos somos un poco así. Todos tenemos ese mundo interior tan difícil de ser alcanzado por las personas que nos rodean. De ahí que sea un mundo "interior", vaya. 

Es fácil dejarse tocar, perder la intimidad corporal, dejarse llevar físicamente. Para mí, lo realmente difícil es conectar mentalmente. Estar cómoda hablando, compartiendo pensamientos, abriendo un poco la puerta a ese mundo interior. 

No creo que exista una ecuación para conseguir esa conexión, pero sí es cierto que la confianza debe jugar un papel importante. Y para lograr dicha confianza, el tiempo es crucial. Una vez leí que para que una persona desconocida se convierta en amiga de verdad, necesitamos una media de 600 horas compartidas, lo que equivale a unos 25 días seguidos sin descanso con una misma persona. 

Yo no soy constante para las personas. Me falla el factor tiempo y con ello, la confianza.


domingo, 14 de febrero de 2021

masterplan

 Necesito un plan. 

Una parte de mí quiere creer que me gusta la improvisación. Pero no es verdad. Me gusta tenerlo todo planificado, incluso las conversaciones. El qué diré. El que dirá. Cuándo ocurrirá. Dónde. 

Esto lo he descubierto hace poco. Caí en tristeza profunda. Durante 72 horas solo me centraba en mí y no podía salir de mi interior negro y azul. Azul oscuro, por las lágrimas. No encontraba la razón de mi tristeza. No entendía por qué estaba triste siendo tan afortunada con mi entorno y mis privilegios. Esto me ponía más triste aún. Entonces me miraba al espejo. Y no me gustaba lo que veía. Y me ponía más triste aún. 

Han pasado tres días de aquellos tres días. Y creo tener la respuesta a aquella tristeza. La falta de un plan. De una motivación. De una rutina externa que actuase sobre mí. Porque mi vida depende 100% de mí y de mis decisiones. Decido si ir a una clase, o no (o más bien, si encender el ordenador para ver una clase online, o no). Si salir a correr, o no. Si comer mucho, o poco. Si relacionarme con la gente, o no. No tengo agentes externos actuando sobre mi vida. Ni tampoco un plan. Una motivación a corto plazo. A largo plazo sí, estudiar para graduarme en medicina. Pero para eso quedan dos años y medio. Y para los próximos exámenes, 4 meses. 

Me siento abrumada por el no poder demostrar mi aprecio a mi familia. Les tengo mucho afecto. Les quiero. Pero no hablo con ellos (excepto con mis padres, porque vivimos en la misma casa). Solo sé que están. Que están bien. Pero si les pasase algo.... Pensarlo me acongoja. Porque pienso en todo lo que no les he dicho y todos los momentos que no hemos compartido.

Todo esto de mi familia lo pienso porque me siento egoísta cuando me paso más de una hora solo pensando en mí y en mi plan de irme de la ciudad. Pero, ¿acaso no es esto lo que han hecho muchos de mi familia? Yo también tengo derecho, me digo a mí misma. Maremoto de indecisión. Entre el querer partir y sentirme atada al afecto hacia mis allegados. He aquí la dicotomía de seguir o no seguir mi plan. Necesito el plan. 

domingo, 22 de noviembre de 2020

Soledad con alas

 

Mis días están vacíos

Solo los lleno con lágrimas

Me doy rabia a mí misma por estar mal, sin tener motivos para ello. Tengo familia que me quiere, hago lo que quiero, no me puedo quejar de nada y, aún así, caen lágrimas de mis ojos, porque me siento sola e incomprendida, desilusionada 

Quiero estar sola y cuando lo estoy, quiero estar acompañada

Quiero irme de aquí

Todo me irrita

Todo me araña

No sé lo que me pasa

Estoy desesperada

Siento que una bestiecita quiere salir de mi interior y quiere hacerse de oír, pero no puedo sacarla, no puedo ayudarla

No sé lo que me pasa

jueves, 13 de agosto de 2020

Ayer

Ayer me pasó una cosa muy extraña. Muy extraña para mí, por mi forma de ser. No es que sea una piedra que carezca de sentimientos, pero sí es cierto que carezco de cierta capacidad para que las cosas que me rodean me afecten emocionalmente. Y, si puedo poner tierra de por medio, siempre lo prefiero a tener que mantener una relación de cualquier tipo. Me canso con facilidad de las personas y de la vida en general. Siempre intento buscarle el jugo a todo y, al final, simplemente me quedo con la piel de la naranja. 
Volviendo a lo que me pasó ayer. Estaba sola en casa por la tarde, cogí mi móvil y mi hermano había mandado unas cuantas fotografías por el grupo de WhatsApp de la familia. Al ver sus fotos de sus vacaciones con su novia, me paré a pensar en su felicidad y, acto seguido, en la felicidad de mi hermana, que vive y viaja con su novio, y en la de mi hermano más mayor, que vive en Nueva Zelanda con su mujer y sus dos hijos, mis sobrinos. Han encontrado la felicidad junto a otra persona. Y se quieren. Para mí esto es algo complicado de comprender. Nunca he sentido esa complicidad con nadie. Nunca he querido a nadie que no sea mi familia o amigas de muchas horas de amistad (a veces forzadas por los caminos que compartimos en la vida). Quizá fue por mi falta de comprensión que me emocionaron tanto estos pensamientos. Sentí felicidad por su felicidad. Y no había pizca de envidia. Recalco esto último porque, al rato de emocionarme, yo misma me pregunté si realmente no había sido la envidia la causa de mis lágrimas. Pero no. Puedo afirmarme a mí misma que no fue así. En mi cara se dibujaba una sonrisa y por mis mejillas resbalaban las lágrimas cargadas de felicidad por mi familia. Por mis hermanos, por mis padres, por los hermanos de mis padres y sus respectivas familias. Por su felicidad. 
 
A mí me gusta estar sola. Me gustaría estar sola en otra ciudad. No es una sensación de huir de mi ciudad. No tengo sentimientos de rencor, culpa o fracaso en esta vida que llevo ahora. Todo lo contrario. Estoy muy contenta con todos mis logros. Buenas notas, piano, deportes, amigos, familia, excursiones a la montaña, jardines en los que leer. No creo que pueda decir que conozco cada rincón de esta ciudad ni que ya me haya dado todo lo que podía esperar de ella. Estoy segura de que aún me esconde muchos secretos por descubrir. Sin embargo, me apetece explorar una nueva ciudad y hacerla mía de nuevo. Perderme de nuevo. Pero, yo no quiero irme para empezar de nuevo, de cero. No. Tampoco para reencontrarme a mí misma. Ya me he reencontrado varias veces y estoy en ese momento de disfrutarme tal y como soy, por fin.
Si quiero irme es para continuar con otra etapa de mi vida. Para avanzar. Para seguir adelante. 

domingo, 9 de agosto de 2020

La niña que se hizo mayor y voló

Érase una vez, en un lejano país, una niña que deseaba volar.
- Yo de mayor volaré tan alto, que desde aquí abajo nadie podrá verme- decía siempre a los adultos.
Sin embargo, la niña no sabía muy bien que responder cuando le preguntaban acerca de su motivo para querer volar tan alto. 
- Es mi deseo- contestaba cortante. 
Un día, aquella niña se hizo mayor. Pensando había llegado por fin el momento en que se libraría de todas las cadenas que le unían a la Tierra, emprendió su vuelo. Subió a la torre más alta de la ciudad. Abrió los brazos en cruz y, sin mirar hacia abajo, cerró los ojos y... voló. 
Navegó entre nubes blancas de algodón, esquivó rascacielos y aves, planeó junto a los aviones. Siguió elevándose y elevándose, hasta que, desde aquí abajo ya nadie fuimos capaces de atisbar su presencia en el cielo. Y desde entonces, lo único que sabemos de aquella niña que voló es que es feliz. Y lo sabemos a ciencia cierta porque es ella quien nos lo cuenta en cada postal de cada nuevo lugar al que va visitar. Una postal en la que aparece la ciudad vista desde la nube más alta del cielo y, en la parte posterior, siempre la misma frase: "Soy feliz volando, viajando, libre." 

viernes, 7 de agosto de 2020

Vexo Vigo vexo Cangas

El título de este post es una canción popular gallega que mi padre comenzó a cantar mientras esperábamos el barco que nos llevaría de Vigo a Cangas, cruzando la ría. Era un día nublado pero, en cuanto las nubes dejaban desnudo al sol, las gotas de sudor no tardaban en aparecer sobre nuestras brillantes frentes. 
El trayecto en barco resultó maravilloso en cuanto a las vistas; sin embargo, el viento fuerte que soplaba desde el Atlántico lo acababa convirtiendo en desagradable, y en nuestro interior crecían las ganas por llegar a puerto. 
Cangas es pequeño, costero, pesquero, agradable. Paseamos sin rumbo entre las calles de piedra, perdiéndonos entre las casa-patín, y encontrándonos de repente con algún cruceiro. Nuestros pasos nos acabaron arrastrando al final de la mañana hacia un pequeño bar, conducidos por nuestras bocas secas que suplicaban unos tragos de Estrella Galicia. El tiempo volvió a hacer de las suyas y, en cuanto nos dimos cuenta estábamos de nuevo esperando el barco de vuelta. Aprovechamos esos minutos de espera para inmortalizar el momento en familia con unas fotos en el bonito puerto de Cangas. Eran las dos del mediodía, y bajo un sol menos complaciente a las nubes, nos alejamos en dirección Vigo. 

miércoles, 29 de julio de 2020

Buscando sin encontrar. Encontrando sin haber buscado.

- ¿No te gusta lo que ves? 
- Sí. ¿Por qué preguntas eso?
- Porque siempre estás diciendo que te quieres ir.
- Eso es porque creo que aquí no soy feliz.
- ¿Y crees que allí donde vayas sí que lo serás?
- No lo sé. Pero al menos no me quedaré con las ganas de intentarlo. 
- Y, ¿has intentado ser feliz aquí?
- No lo sé. Hay una pieza que no encuentro.
- ¿Y crees que allí la encontrarás? ¿Seguro que no está aquí?
- He buscado mucho. 
- A veces, cuando creemos haber perdido las llaves, las acabamos encontrando en el bolsillo del pantalón. 
- Ya he buscado en todos mis bolsillos.
- ¿Y?
- Y nada. Seguiré buscando, pues no parece que me vaya a ir de aquí en mucho tiempo. 
- Quizá no estás preparada para encontrar la pieza. Quizá la pieza te encuentre a ti. 
- Quizá.